Perdí el sentido de la vida
La vida para mí representa un sube y baja. Un día te sientes a tope de felicidad, impulsada por tus logros, moviéndote, esforzándote, sabiendo que estás viviendo una vida de ensueño. Y al día siguiente puedes sentirte carente de fuerza, de emoción, sin rumbo, perdida o desconectada.
Hoy tras un rato de introspección, pensativa y reflexiva comencé a descubrir que el diálogo que estaba sosteniendo conmigo misma me estaba resultando desconcertante.
Es así que me atrevo a hablar de ello. No para llevarte a ese mismo lugar de baja vibración, sino para impulsarme y a la vez quizás impulsar a alguien que se encuentre en la misma sintonía.
Los últimos meses siento que he trabajado mucho en mí, en encontrarme, disfrutarme, hacer lo que deseo y fluir con lo que la vida me presenta; y creo que lo he logrado bien.
Por gran parte de mi vida, me importaba demasiado lo que otros pensaban de mí y ahora sólo me estaba importando lo que yo pensaba, lo que yo estaba construyendo y forjando de mí misma en lo exterior e interior.
Durante mucho tiempo creí que necesitaba una pareja a mi lado para estar completa y de pronto, me di cuenta que esta etapa de soltería no se trataba de una soledad dolorosa, sino todo lo contrario. Estaba disfrutando como nunca de estar conmigo misma, de en todo momento tener una libertad absoluta de ser, hacer y estar.
Por años me había sentido inconforme en lo laboral, sintiendo que nunca estaba en el lugar que quería estar, siempre deseando más o algo distinto.
Y ahora a pesar de que no me sentía en plenitud, identifiqué que ya no me estaba cuestionando porque no estaba en otro sitio, y así, me encontré viviendo el presente, disfrutando el presente, estando presente.
Es curioso, porque ante esto uno pensaría que “todo está bien”, que se está en un momento inmejorable y entonces no hay cabida para las dudas, miedo, incertidumbre o frustración.
Yo creí que iba en ese camino y de pronto, pensando en lo bien que todo el panorama pintaba fue como la oscuridad apareció. Y no se trata de una oscuridad dolorosa o triste como las que antes hubiera experimentado, esta la estaba viviendo en completa paz y serenidad, incluso ni siquiera tengo claro si la llamaría oscuridad o mejor dicho sería otra forma de luz.
De pronto me encontraba en un momento donde sentí que todo estaba tan bien en mi vida, que no sabía si podía estar mejor. Si quería que estuviera mejor o que fuera diferente.
Pero eso mismo trajo a mí los pensamientos “¿qué más hace falta?, ¿hay algo más?, ¿necesitas algo más?”. Es así como comencé a sentir que mi vida perdía sentido.
Una sensación de que estaba viviendo muy presente, pero que eso no era suficiente. Comencé a pensar que al morir, no importará lo que hice o dejé de hacer, que no trascenderé ni dejaré un legado; y mucho menos me llevaré conmigo lo logrado o disfrutado; y entonces si cuando llegara ese final nada de lo pasado tendría valor, ¿qué sentido tenía seguir?
Nunca he tenido pensamientos de acabar con mi vida y, ahora tampoco era el caso. Pero esas sensaciones de perder la emoción por seguir viviendo la vida eran sin duda una llamada a la reflexión y acción, no tenía claro cómo había llegado a ello, pero tenía que hacerle frente.
Así es como comencé a descifrar que esta charla conmigo misma se trataba de una plática con mi ego, un ego que creía haber alejado de mis pensamientos y decisiones, pero que claramente aquí sigue y seguirá.
En mis intentos de callarlo me llevé a un lugar donde ahora creía que lo malo no podía lastimarme ni afectarme, pero lo bueno ya tampoco lo esperaba o deseaba. Al elegir estar más conmigo misma que con alguien más, había también alimentado a ese ego creyendo que ya nada en mi entorno me daría satisfacción.
Y entonces ante las interrogantes que nublaban mi vista, decidí de pronto creer que no necesitaba respuestas concretas, que no necesitaba una bola de cristal asegurándome que lo que venía a mi vida era tan extraordinario que debía cargarme de energía para desear vivirlo.
Creo que existen momentos de luz que pueden necesitar oscuridad para brillar aún más. Y también sé que quizás más adelante me vuelva a enfrentar a un momento donde pierda la brújula, el sentido o el impulso.
Aún cuando venga de un momento de sentirme invencible, en un instante algo en el exterior o en mi propio interior pueden ponerme en duda.
Para eso también es que ahora tengo estas palabras, para verlas y recordar que algún día ya estuve aquí y todo pasó. Que la vida es una constante evolución, pero no por ello si hoy creo que soy un ser humano más completo y sabio, no vendrá algo a retar mi mente o espíritu.
Que cuando sienta que “ya no hay más” puede ser señal de que debo vencer algún miedo o darle una oportunidad a la vida de verla desde una nueva perspectiva.
Entonces, ahora no sé si trascienda tras mi paso por esta vida, pero tampoco quiero cuestionármelo. Solo quiero creer que la vida merece ser vivida. Hay días donde te sentirás en plenitud y habrá otros donde no encuentres tu lugar, y todos de alguna u otra forma están acompañando tu evolución.
No sé cuánto durará mi viaje, no sé qué más haré en este camino, pero en este instante me siento convencida de que no me importa “lograr mucho”, no me interesa “ser la mejor”, no quiero “poseer todo”. Sólo siento la necesidad de enfocarme en el hoy, en mantenerme en el continuo encuentro con personas, acciones y decisiones que me hagan sentir paz.
Deseo que mi andar sea más compasivo, noble y amoroso; quiero construir mi fortaleza ante los momentos duros que seguro vendrán y mi bondad ante los momentos de alegría que quiero crear.
Podemos no tener claro el por qué ni para qué de nuestro paso por esta vida pero, ¿necesitamos cuestionarlo o mejor simplemente recibirlo, abrazarlo, disfrutarlo y así de forma natural y espontánea darle sentido?